La calidad del acero toledano reside en la maestría de los artesanos y en el secreto de su temple, que se atribuía a las aguas del Tajo donde se realizaba el mismo. La alta temperatura de éste y la calidad del acero han hecho que las espadas de Toledo sean únicas en el mundo.
La dureza extraordinaria de estas piezas y sus bellas empuñaduras conquistaron a los más grandes personajes históricos, llegando entre sus propiedades más preciadas con estas bellas armas.
La historia cuenta que, ya hace más de dos mil años, los herreros toledanos forjaron las falcatas, un arma mortal en manos de los guerreros hispanos, que poseía un diseño especial, hecho para aumentar la gravedad de la herida. Aníbal eligió estas armas para su ejército.
La Tizona y la Colada de El Cid Campeador eran espadas toledanas y los musulmanes que supieron de la calidad de esta espada toledana adoptaron esta técnica avanzada para construir sus cimitarras.
Tras la Reconquista, Toledo se constituyó como el centro espadero mayor del mundo. La técnica empleada era la espada toledana con «alma de hierro», que consistía en una hoja de acero duro que escondía en su interior una lámina de hierro dulce, impidiendo, de este modo, que este acero se doblase o agrietase.
Con la sustitución de las espadas por armas de fuego, Carlos III, para proteger este arte, crea en 1761 la Real Fábrica Nacional de Armas, con el fin de reunir a todos los maestros artesanos y salvaguardar esta industria.
La composición, el temple y el diseño de estas espadas siempre fue un gran secreto transmitido de padres a hijos de los artesanos herreros, lo que hizo que Reyes y Jefes de Estado de todas las partes del mundo, incluso un Samurái japonés, que deseaba en sus armas la mejor calidad, encargaran la fabricación de sus armas en la ciudad de Toledo.
Entre las espadas históricas toledanas más famosas se encuentran:
- La espada de los Reyes Católicos llamada de «ceremonia» con la que nombran caballero a Cristóbal Colón.
- La espada del Emperador Carlos V, una espada para usar con las dos manos.
- La espada de Carlo Magno.
- La Colada y la Tizona del Cid.
La Espada Ropera
Descripción, tipos y evolución
La espada “ropera o de cazoleta”, llamada también “rapier o stricia“, según los países de difusión, fue un arma que marcó una época. Su evolución se extiende, desde los primeros años del siglo XVI, hasta finales del siglo XVII. España fue uno de los países de mayor difusión, en donde obtuvo un éxito extraordinario.
Aunque en sus orígenes la espada ropera poseía una hoja larga y ancha, con el tiempo evolucionó en una hoja recta, estrecha, ligera y larga, pudiendo llegar a superar el metro de longitud y un kilo de peso. La espada ropera fue utilizada para defensa personal y para los combates de duelo.
Las espadas roperas se esgrimían en una sola mano y tenían una guarnición (parte que protege la empuñadura de la espada) muy adornada, pudiendo ser de tres tipos diferentes: de lazo, de concha o de taza.
La guarnición de lazo es la más antigua. Su origen se sitúa a finales del siglo XV y está conformada por unos gavilanes (parte que conforma la cruz de la espada) estrechos y prolongados, que se entrelazan entre sí, formando arcos de varios anillos y conformando así, el guardamano que debía proteger la extremidad de quien empuñaba la espada ropera. Sin embargo, esta guarnición no resultaba totalmente efectiva, ya que la punta de la espada del adversario podía atravesar la empuñadura y dañar la mano del espadachín, a pesar de que quienes empuñaban estas espadas vestían guantes de piel. Esto obligó a introducir nuevos elementos para dificultar el riesgo de lesión.
Conforme evolucionaba la esgrima, hacia un uso mayor de la punta de la espada, se hizo necesaria una mayor protección de la mano, por lo que entre los anillos de la guarnición de lazo, se añadían con frecuencia chapas metálicas (conchas).
Con el tiempo, estas conchas estaban formadas por una sola pieza de hierro, que se unía mediante un par de patillas a la cruz. Nacía así, la guarnición de conchas, típicamente española. Eran muy utilizadas por la caballería.
Para aumentar aún más la protección de la mano, se creó un casquete semiesférico en forma de taza, sostenido a su vez por un par de patillas. Esta taza unida a los gavilanes y el guardamano, ofrecía un nivel de protección máximo de la mano, resultando al mismo tiempo muy ligera. La mano estaba protegida por un arco, que iba desde el arrial hasta el pomo, y por la llamada, popularmente, cazoleta. Su uso duró hasta finales del siglo XVIII. La taza podía llevar diferentes acabados (calados, grabados, cincelados, damasquinados, etc.), unida a una esbelta y ligera hoja muy bien templada, que solía ser de cuatro mesas: dos a cada lado de la hoja.
Fue un arma especial de estoque, a pesar de tener doble filo. La parte más importante de la espada era la hoja, y un buen templado era lo que determinaba la duración y la flexibilidad de la espada. Los espaderos toledanos adquirieron fama en todo el mundo, ya que utilizaban una técnica especial para el templado de las hojas de acero, y se decía que el agua del río Tajo tenían propiedades especiales para facilitar un buen templado a los aceros toledanos.
Inicialmente, el uso de la espada ropera estaba restringido a las altas esferas de la escala social, como los miembros de la familia real, los monarcas o los caballeros de órdenes militares, como la de Alcántara. Así pues, portar este tipo de espada era todo un símbolo de prestigio y poder. Sin embargo, con el paso del tiempo, gentes como intelectuales, burgueses o militares comenzaron a emplear la espada ropera, que solía combinarse con el uso de una daga cuyo diseño iba siempre en consonancia con el de la espada.
La espada ropera solía combinarse con el uso de una daga cuyo diseño iba siempre en consonancia con el de la espada.
El mismo D. Quijote de la Mancha utilizó esta espada para luchar contra los molinos de viento, creyendo que eran gigantes, contra los rebaños de corderos, pensando que eran el ejército enemigo y con los pellejos de vino imaginando que eran fantasmas.
La espada ropera también fue utilizada por los valientes capitanes de los Tercios de Flandes y por los aguerridos conquistadores de América.